por Sahale, Àlex Gutierrez, Núria Serrate i Àngels Vidal
"UNA HISTÒRIA AMB DOSIS D'INQUIETUD CREIXENTS, QUE ENS FA TRANSITAR PER UN AMBIENT ASFIXIANT I PERTORBADOR."
"La caja de cartón permanece abierta al final del pasillo", iluminada por un tímido haz de luz solar que se filtra entre los tablones de madera de la buhardilla. El suelo cruje a cada zancada, actuando como un lienzo sobre el paso del tiempo, mostrando una desesperanzada estampa hiperrealista: polvo, resina seca y huellas de roedores hambrientos, quizá famélicos. Al final del pasadizo, custodiando la caja, se alzan dos esculturas de granito representando deidades. El silencio es tal que inquieta mi propia presencia, incluso mi existencia se me antoja, en este momento, foránea. La escena es una ventana al pasado, y mi curtida resiliencia me permite asomarme.
De repente, un ligero espasmo sacude mi tráquea, me arranco el casco para evitar la asfixia, suelto mi melena y, de paso, libero buena parte del estrés que comprime mi raciocinio. Aunque el olor a óxido me aturde por unos instantes, respiro aliviada al comprobar que la zona no está contaminada de nostalgia.
No veo venir el golpe. Pierdo la vista y el suelo irregular me araña la cara. Algo me agarra del pie, tira de mí y trata de levantarme. Al poco lo consigue. Noto la gravedad presionándome los ojos y agarrándome la garganta. El polvo no me deja respirar bien. Trato de golpear con el casco a lo que sea que me levanta, pero un grito seco y fuerte me corta los oídos.
Silencio. 'Nunca debí volver...'
Me mareo. Noto el balanceo propio de un cuerpo exhibido en una carnicería, el dolor que atenaza mi pie, hasta que un nuevo impulso me lanza a un lado y mi espalda se hunde en el yeso. Caigo. Toso. Me incorporo a medias y mis pupilas tratan de enfocar hacia la luz. Y allí, encorvada sobre la caja, una figura ancha y tosca extrae su contenido. 'Nunca debí volver...pero tiene que ser mía.’ Echo mano del cuchillo de mi cinturón, aunque mis intenciones han sido advertidas.
Siento crujir mis huesos. Un hormigueo sube por mis piernas hasta llegar a la cadera. Es allí donde guardo el cuchillo. Es afilado. Pensé que nunca lo necesitaría. Pero ahora ha llegado el momento. Ya es mío. Ahora te vas a enterar, hijo de la gran puta. Ahora sabrás que donde las dan las toman. Pensabas que no sería capaz de volver. Creías que no era lo suficientemente valiente para hundir el filo de la navaja en tus entrañas. Creías, creías. Mientras la sangre huye a borbotones, tus ojos se tornan blancos. Y tu piel, pálida. Intentas ahorcarme con tus manos apestosas. Pero hasta tu fuerza te ha dejado. Eres lo peor que me ha pasado en esta vida. Nunca debí confiar en ti. Disfruto mirando cómo te vas y como la caja, y lo que guardaste en su interior, se queda conmigo. Cuanta mugre. Demasiados años sin abrirla. Cubierta de polvo y telarañas. La madera gruñe acompasada con tus gemidos de dolor. Hedor de humedad y sangre coagulada. Ahí está. No perdiste ni un solo minuto en envolverlo bien. Te daba igual. Lo único que querías era hacerlo desaparecer. De tu vida. Y de la mía. Eres un pedazo de cabrón. Muérete ya!
El cuchillo resbala de entre mis dedos y cae al suelo con un golpe que suena seco a mis oídos. Me paso el dorso de la mano por la frente, recolectando perlas de sudor frío. Cuando bajo la mano de nuevo, la miro, y advierto que está sucia con tu sangre. Joder, mi cara, entonces, debe de estar igual.
Me imagino allí derecha, cubierta de sangre y esa imagen me revuelve las tripas. Noto el sabor amargo de la bilis en el fondo de la boca. No, no, no. No me ha costado tanto llegar hasta aquí para que mi cuerpo se compadezca de tu muerte. Dirijo la mirada hacia tus manos, aún aferradas a esto; mientras con el rabillo de ojo controlo la caja que lo contenía todo. No quiero perderla de vista.
La desaparición de la adrenalina deja paso a un ligero mareo. Combatiendo las náuseas me arrodillo, sólo necesito acercarme un poco más para alcanzarlo. Pero para hacerlo necesito perder de vista la caja. Sólo será un momento.
Con un momento basta. Te miro de frente y el vacío se apodera de mi.
Cuando abro los ojos de nuevo, la caja de cartón permanece abierta al final del pasillo y el casco me asfixia de nuevo.
No me jodas.
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